sábado, 6 de septiembre de 2008

Crisis vocacional

Las crisis vocacionales existen. Que se lo pregunten a los periodistas. Desde que nacemos y hasta que morimos, mientras nos hacemos,el periodismo nos pone a prueba una y otra vez, sin descanso ni piedad, pero no es fácil matar el gusanillo que llevamos dentro.
Primero, en la carrera, en universidades masificadas, sin medios y ante profesores que hace tiempo que perdieron la pasión por lo que enseñan,cocinamos nuestro futuro a fuego lento. Muy lento.
Luego, las prácticas. Horas y horas en una redacción haciendo lo que nadie quiere por cuatro duros al mes, en el mejor de los casos. Después,el trabajo. Horarios infernales, siempre con prisas y con presión y sin apenas vida social.
Pero un día, cuando te sientes al borde del abismo y piensas que lo mejor es mandarlo todo a tomar viento, abres el periódico y descubresque Rusia ha invadido Georgia, y te encantaría estar allí. Vivir en primera persona un acontecimiento histórico, contarle a todos los demáscómo cambia el mundo sin que ellos apenas se den cuenta.
Mi sueño siempre ha sido ser corresponsal de guerra. Estoy muy lejos, lo sé, y ni siquiera estoy seguro de que tenga el valor suficiente parahacerlo. Pero no voy a tirar la toalla sin luchar. Tengo muchos años por delante, y demasiadas ganas de seguir aprendiendo como paradarme por vencido.
Es duro decirlo, pero la guerra es el cénit del periodismo. No es cuestión de morbo, sino de deber, de pura vocación. Recuerdo que hace años,durante la guerra de Irak, me obligué a morderme la lengua en más de una ocasión. Nos vendieron una operación quirúrgica, sin muertos, precisa.Hablaron de un camino alfombrado de pétalos, y, tres semanas después, estábamos llorando la muerte de José Couso.
Hacía tres días que Couso se había dejado la vida en Bagdad cuando, en un entrenamiento, salió el tema a relucir. Casi todos estaban a favor de laguerra, y yo no tenía ánimo para discutir con todos. Entonces, alguien habló de Couso. "Es normal lo que le ha pasado. Que no hubiera ido".Enrojecí de ira y me marché. Recuerdo que esa noche apenas pude dormir por el enfado.
Si Couso no hubiera ido, si los demás no hubieran estado ahí, no te habrías enterado de que no existe la guerra quirúrgica ni las bombasinteligentes. No sabrías que la guerra es un niño cubierto de polvo buscando entre los escombros a sus padres muertos. Que la guerraes una mujer llorando con las manos hacia el cielo sobre el ataúd de sus hijos. Que la guerra es un monstruo que se alimenta de sangre seca.Que en la guerra se mata y se muere. Que la guerra es una mierda.
La muerte de Couso no fue la primera, ni será la última seguramente. Por desgracia. Pero esa certeza, lejos de hacer cundir el desalientonos anima a apretar los puños y seguir adelante sin miedo. Esa certeza hace más grande el convencimiento de que en la próxima batalla, enel siguiente conflicto bélico, tenemos que estar ahí.
Para que tú, delante del televisor, sepas que en el mundo muere gente injustamente. Que el cielo escupe fuego sobre sus casas y se aferrana sus hijos con el único propósito de morir juntos. Para que tú sepas que, eso que te parece normal, es la mayor de las atrocidades. Y quela próxima vez que algo así esté sucediendo, el "no haber ido" no valdrá como respuesta.

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