martes, 7 de julio de 2009

Epílogo (y capítulo 9... fin)

De noche, cuando la oscuridad abraza la ciudad y empapa todos sus rincones con esa niebla negra, densa, que carga el aliento y empapa el sueño, lloro sobre los tejados de esta ciudad que me atormenta. Envido a la luna una pena que ya no siento, porque ya no puedo sentir, pero que tiñe de púrpura mis recuerdos y mis oraciones, mi música y mi aliento. Las noches como ésta, cuando la negra oscuridad apenas se ve disuelta por el efímero resplandor de unas luces que no significan nada, escarbo en mi pecho y arranco las astillas que aún tengo en el corazón, y dejo que entre mis dedos resbale un líquido oscuro, caliente, que algún día fue sangre, pero que hoy no son más que las miasmas de un amargo pasado que ya no es.
amargura
Quedé preso de Madrid cuando mi corazón dejó de latir, y mi alma, que siempre soñó con un cielo mejor, decidió agarrarse a las piedras de este infierno de cristal. Me poso en las azoteas y observo con desgana cómo se esfuma la vida de los demás, cómo se escapan los pedazos del mundo, cómo silba la noche por las rendijas de mi alma. Soy un espectro sin forma, un esqueleto sin rostro, un puñado de cuervos que vuelan sin dirección. El aire trae a mis sentidos el salitre del mar, y a veces tengo la sensación de que oigo el batir de esas aguas que encierran en el fondo las sonrisas truncadas, las caricias perdidas, los besos arrebatados. Quisiera ahogarme y deshacerme en su sal, pero ya no tengo nada que se pueda corromper, porque no me queda nada puro. Soy un cuerpo sin piel y vacío, sin órganos, envuelto en una túnica color sangre, con cientos de alacranes a su alrededor. Cruel séquito de víboras.
recuerdos
Quizá la vida nos castigó porque jugamos a querernos sin saber si nos queríamos. No merecíamos nada, y durante mucho tiempo todo lo tuvimos, apoyando tu soledad en la mía, tu desgracia en la mía, tu cuerpo en el mío. No existió para mí más frontera que la de tu piel, ni más sabor que el de tus besos. Tampoco me entregaba el mundo más color que el de tus ojos. Tus ojos. Esos ojos. Ya no tienen nada que mirar. Hace tiempo que me arranqué los míos porque no sabían ver más allá de tu imagen. Tampoco queda en mi cuerpo un solo jirón de piel. Sólo mantengo, en un rincón de la memoria, el suave ardor de tus caricias. Echo de menos tu risa, tus lágrimas, tu pelo, tu sudor. Tu vida. Necesito tu vida.
dolor
Tardé tres días en asomarme a ese mundo que fue nuestro, y que ahora lloraba sólo para ti. Volví una madrugada, deseando que estuvieras dormida, pero encontré tu mirada abierta de par en par, y tu cuerpo hecho un ovillo sobre el sillón. Entré muy despacito, sin molestar, sin apenas hacer un ruido. Me convertí en el viento que resbaló por las cortinas y se filtró por la ventana, y te estremeciste. Me convertí en la oscuridad que tocaba tu rostro mientras tú llorabas, otra vez, y tu piel se erizó de nuevo. Fui por unos segundos el aire que respiraste, y estuve dentro de ti. Llegué hasta los pulmones, y sentí desde muy dentro los latidos de tu corazón, y también fui por un instante la sangre que regaba tu vientre. Te dejé una lágrima muy cerquita del alma, para que tú la acunaras con tu latir.
amor
Estoy muerto, no siento, no respiro, no sufro, no lloro. Sólo tengo recuerdos. Mi cuerpo está podrido, pero mi alma sigue intacta porque se alimenta de ti, de tu memoria, de tu esencia. Te quiero, y te quise también en vida, aunque apenas me dio tiempo a decírtelo un par de veces. Te quise más que nada, más que a nadie, por encima de todas las cosas. Notaba cómo mis entrañas ardían con este sentimiento incandescente que descubrí una noche cualquiera mientras tú llorabas y yo te abrazaba, y que marcó ese amanecer como el primero del resto de mi vida. Te quise, y todavía te quiero, todavía arde lo poco que queda de mí. Arderé para siempre, hasta que mis huesos se conviertan en cenizas y nublen tu memoria, manchen tus recuerdos, y sólo respires partes de mí. Estoy contigo a cada paso que das, a cada latido, en cada mirada. Sin carne ni piel, sin ojos, sólo soy alma. Una sombra que, de vez en cuando, aparece en tus sueños, para besarte, para acariciarte, para mojarme de ti. Una sombra que te hace despertar envuelta en un sudor frío y ajeno que sabe a todo lo que compartimos. Una sombra que puebla tus noches, que se convierte en el aire que te acaricia, en el vapor de tu aliento, en un beso furtivo en una mañana cualquiera.

muerte

Tú lloras en nuestra cama; yo lo hago en el tejado. Pero tus lágrimas y las mías forman el mismo mar, y ahogan las mismas almas