lunes, 27 de abril de 2009

Punto y seguido

Camino con el rostro apagado y la mirada vacía, fija en un suelo que me sobrepasa. Sé que el resto de la gente me mira, pero yo sólo pienso en ti. Incluso en mitad de la multitud es tu voz la única que oigo, tus ojos los únicos que se me clavan. Imagino que estás escondida en alguna parte y que me miras, y que te burlas de mí. Te ríes de esto en lo que me he convertido, en lo que me has convertido. Te ríes porque sabes que tu risa aún me quema la piel, que tu aliento me abrasa por las noches el alma. Por eso, ahora que el sol busca en el horizonte la tregua de la oscuridad, es cuando más me duele todo, cuando mi cuerpo vomita vaharadas de dolor que dejan en mi garganta un rastro amargo, como de hiel, y cuando arrastro los pies en busca del valor que me robaste. No te escribo mientras ando, desde luego, pero es que he visualizado esta noche durante mucho tiempo, y sé cómo me voy a sentir y cómo voy a reaccionar. Lo que no tengo tan claro es qué efecto tendrá en ti lo que me propongo a realizar. Ahora, bajo la luz de una oxidada lámpara de mesa, quemo sobre el papel los resquicios de una fiebre que no me deja dormir. Me he levantado, como tantas noches, sobresaltado, envuelto en un sudor frío que ha empapado las sábanas, convirtiendo mi lecho en un rincón desapacible. Otra vez con el corazón a mil, palpitando, porque cree haber sentido tus dedos recorriendo, despacio, muy despacio, mi espalda. De arriba hacia abajo. Apenas un suave tacto que nació en la nuca y acarició toda mi espina dorsal. Te sentí cálida, como antes, y a tu paso se trizaba mi médula y enloquecían todos mis nervios. Y no he podido dormir. Ya ves, voy a pasar mi última noche en vela. Cuando termine de escupir mi dolor en este pedazo de papel leeré hasta quedar extenuado. No necesito fuerzas para afrontar mi último día; nada quiero llevarme al otro lado. No necesitaré abrir los párpados allá donde todo es oscuridad, y no necesitaré mis manos para aferrarme con fuerza a la nada. Como ves, deliro, no encuentro coherencia en mis palabras. Tampoco la hallarás en mis actos, y no creo que cuando termines de leer esta carta hayas encontrado alguna explicación. La deberás buscar en lo más hondo de ti, que es donde guardas todo lo que me robaste. Aguanta un poco más. Estoy a punto de poner un punto y seguido que será para mí un punto y final. No quiero con estas palabras convertirte en culpable de mi muerte, porque no serás tú quien apriete el lazo en torno a mi cuello; pero es que no quiero que mi partida no sirva para nada. Te deseo todo lo mejor… todo aquello que no me diste… todo lo que te guardaste para ti. Yo, en cambio, sí que me abrí por completo. Si no, nunca hubieras llegado a coger mi corazón, a tenerlo en tus manos, a tirarlo sin piedad sobre un lecho de cristales. Quizá estos sinsentidos te arranquen una lágrima. A mí no me quedaron. Ni siquiera podré llorar por la vida que se me va, porque mi alma está seca. Te lloré más que nadie, porque como nadie te quise, y como nadie te perdí. Mi último pensamiento será para ti; mi último aliento tendrá tu sabor… en mi último estertor pronunciaré tu nombre muy bajito, para que me puedas oír… No cargues con una culpa que sólo me pertenece a mí, y si has llegado hasta aquí, consuélate… me marcho aliviado…