miércoles, 13 de junio de 2012

El lavabo

Golpeó con torpeza el interruptor y las tripas de una solitaria bombilla que pendía del centro del bajo techo, colgando de un raquítico cable, ardieron, iluminando el pequeño cuarto de baño. A su izquierda, un agujero en el suelo sobre el que revoloteaban algunas moscas hacía las veces de inodoro, y enfrente había un lavabo sucio coronado por un espejo roto. Apoyó las manos en el borde del mismo y sintió en las palmas un frescor reconfortante. Jadeaba, y arqueado como estaba sobre la pila, su espalda subía y bajaba con movimientos atropellados. Cuando consiguió recomponer un poco el ritmo de su respiración, levantó la vista y observó su rostro partido en dos por una raja que cruzaba de punta a punta el espejo. Los ojos, con un fondo rojo vidrioso, tardaron un poco en reconocer la imagen. El pelo, revuelto, la cara perlada por el sudor. Abrió el grifo que había delante de él y dejó que el agua corriera un poco: primero salió con coloreada de tierra, pero poco a poco recuperó la transparencia natural.
Mientras veía caer el agua, trató de recordar. Fue en vano. Se reconoció en la calle, en medio de un calor sofocante, camino de un trabajo que no debía representar complicación alguna, y la siguiente imagen que le vino a la cabeza era su cuerpo, desmadejado, tirado en el suelo, atado con una gruesa cuerda al parachoques de un camión viejo, un lugar desconocido. Su piel se erizó al recordar el contraste del calor de la calle con el frío de aquella nave de techos altos y siempre en penumbra, y un pinchazo en el estómago le envió una información tan valiosa como real: llevaba muchas horas sin comer. Si el cálculo servía de algo, había pasado tres días en aquella nave, tirado en el suelo, con la única compañía del viejo camión. Tres días pensó, porque me han dado de comer tres veces y siempre lo mismo: unos trozos de pan mojados en leche. Se pasó la mano por el estómago. Su ropa olía a orín y prefirió no evaluar su estado hasta que hubiera salido de allí para siempre.
Se pasó los dedos por las enrojecidas muñecas y descubrió pequeños arañazos por los que brotaba la sangre, además de algún resto de la cuerda que las había cubierto durante las últimas horas. Puso las manos debajo del grifo y dejó que el agua, aún cálida, tratara de refrescar las heridas, y las fue volviendo de un lado y de otro para que las cubriera por completo. La tubería debe venir por fuera de la nave y por eso el agua sigue estando caliente, pensó, a pesar de que la había dejado correr durante un rato. Tenía aún las manos bajo el chorro cuando notó una gota de sudor que se desprendía de su pelo y bajaba ladera abajo por la cornisa de su frente. A pesar del cosquilleo que le producía al pasar, la dejó hacer, y miró al espejo para ver cómo aquella lágrima salida de la cabeza se posaba en la punta de la nariz. Cerró los ojos un instante para recuperar algo de fuerzas antes de sacudir la cabeza y dejarla caer.
Cuando notó que el agua se enfriaba un poco, ahuecó las manos debajo del chorro para tratar de beber algo. Al principio, el agua pasó por su garganta reseca como una lija, y casi pudo sentir cómo se le desgarraba el paladar con el primer trago. Apoyó de nuevo las manos en los lados de la pila y tosió tan fuerte que sintió un rastro de sangre en el fondo de la boca, pero tragó a pesar de todo. Al apretar la mandíbula, un pinchazo sordo le golpeó entre los ojos. Se acercó al espejo y acercó las manos, un poco más limpias pero sucias igualmente, a uno de sus dientes, y notó cómo se movía de un lado a otro con facilidad. Puso el índice de su mano derecha delante del diente y el pulgar detrás, y contando hasta tres mentalmente, tiró con todas sus fuerzas para arrancarlo de su sitio. El dolor le hizo tambalearse, pero se mantuvo de pie antes de observar la pequeña pieza blanca en la palma de su mano y notar cómo la boca se le llenaba de sangre. Aquel pequeño diente había llevado todo el peso de su liberación, después de estar prácticamente dos días royendo la cuerda en torno a sus muñecas. Era un pequeño héroe de guerra. Se lo guardó en el bolsillo y pensó que ya habría tiempo de hacerle un funeral mejor, con salvas y demás. Se enjuagó la boca bajo el grifo y trató de beber algo más de agua, la suficiente para que el estómago volviera a dolerle cuando el líquido rebotó contra el vacío. Se encogió un poco mientras la bombilla que pendía sobre él flaqueaba y las moscas seguían zumbando a su izquierda. Cerró el grifo y se miró en el espejo.
Antes de verlo, notó cómo algo se movía a su espalda. En el umbral de la puerta, en el suelo, apareció una mano envuelta en sangre. Sonrió y vio el hueco que había dejado el diente como una nueva cicatriz de éxito. Se secó las manos en la camisa y se giró en el momento en el que el cuerpo que se arrastraba por el suelo ocupaba la salida del pequeño cuarto de baño. Los ojos muy abiertos, la boca de par en par y tratando de hablar, de aquella garganta sólo manaba sangre. Con la otra mano, el tipo trataba de taparse la raja que le abría el cuello de un lado a otro, por encima de la nuez, e intentaba una y otra vez decir alguna palabra. No podía.

Al ritmo al que se desangraba, calculó, le quedaban aún dos minutos de vida.

Apagó la luz del cuarto de baño y cruzó por encima del aspirante a cadáver, que intentó asirle por uno de los pies. En lugar de eso, le pisó fuertemente en el estómago, y casi le pareció percibir que de aquella garganta seccionada salía un ruidito sordo, como un silbido. Cruzó la nave y echó una última ojeada al viejo camión que le había acompañado durante ese tiempo. Antes de salir, se llevó dos dedos a la frente y se despidió de él con un gesto casi marcial.

Abrió la puerta y el sol le golpeó con todo su calor. Decidió dejarla abierta para tener entretenidos a sus captores durante un rato, y echó a correr por las calles bajo aquel verano de justicia.

1 comentario:

Naar dijo...

te digo lo de siempre... es capítulo uno??? no me digas que esto acaba así, porque promete. sé bueno y teclea más datos, tengo curiosidad.