viernes, 6 de mayo de 2011

El deber de soportarme...

Odio los días en los que el mundo está de fiesta mientras yo guardo en silencio el sereno luto por tu ausencia. Odio cómo resuenan a mi alrededor la música de los tambores, los ecos lejanos de la verbena mientras yo espero a que llueva, porque creo que en algunas de esas gotas está perdida tu saliva, y no quiero que vuelva a caer al suelo sin tocarme. Y la gente salta, y ríe, y baila; y yo en secreto no puedo sino detestarlos por estar viviendo un pedazo de la vida que yo quiero para mí. Que yo quiero para los dos. Y tengo que medir cada uno de mis actos, cada una de mis palabras, para que esta ira que cultivo en silencio, en el huequito que me deja tu falta, no estalle en la cara de los demás.
Odio los días en los que el mundo está de fiesta mientras yo guardo en silencio el sereno luto por tu ausencia. Porque es más fácil soportar este vacío cuando la noche viene oscura y gris, cuando hay nubes en el cielo y cuando no está la luna para iluminar los rincones en los que no te encuentro. Entonces, sólo entonces, es más fácil soportar la espera junto a la ventana, buscando que el cristal me devuelva tu reflejo para poder abrazarme a él, y tratar de aspirar donde no estás los olores que me dejaste. No es sencillo levantarse cada día con una cama vacía, con una vida sin amueblar.
Odio los días en los que el mundo está de fiesta mientras yo guardo, a gritos, la agonía del luto por tu ausencia. No me sienta bien mi piel estos días en los que no estás conmigo. No estoy cómodo dentro de mi cuerpo, ni estoy a gusto enhebrando en mi cabeza la aguja que tengo clavada con los hilos arrancados de tus recuerdos. La noche duele, como los días, y ya no me quedan heridas por las que sangrar.
Odio los días en los que el mundo está de fiesta mientras yo grito por tu ausencia. Pero la música que me rodea apaga el sonido de mi voz. Nadie gira la cabeza para mirar, nadie se asusta por los alaridos que oyen, de fondo, en algún lugar. Así que las lágrimas que derramo son sólo para mí, y se mezclan con el vino que bebo en las copas que conservo, aún manchadas, con el rojo de tus labios.
Odio los días en los que el mundo está de fiesta y yo grito porque no estás. La garganta, en carne viva, ya ha dejado de dolerme. Tampoco me duelen ya las cicatrices. Poco a poco, me digo, tengo que ir saliendo adelante. Pero no lo consigo.
Odio los días en los que no estás, porque eso hace cada vez más difícil la terrible tarea de soportarme…

4 comentarios:

gloria dijo...

nadie como tú para describir el dolor y conseguir que nos duela a todos... hay ausencias insoportables... ahora mismo, tampoco me soporto

un beso enorme, querido I.

Ainize dijo...

Eres un poeta, ¿lo sabías? Y me encanta(s).

Naar dijo...

ay, madre, si te tengo delante te abrazo durante un mes entero.
eres genial, estupendo, un pedazo de escritor.
lo has hecho tan bien, pero tan bien, que ni yo, que soy una crítica empedernida le encuentro pegas.
esa ausencia, ese dolor, ese odio a los que están de fiesta, ese esperar, ese gritar en silencio, ese... todo.
brrrrr, cómo me gusta. que no tengo palabras para explicarlo.
un beso enorme.

Anónimo dijo...

Nacho, no sé por qué nunca comento... y creo que al menos debería dejarte un "gracias" por lo que disfruto cada vez que entro aquí a leer. Me encanta cuando escribes cosas tristes, podrías hacerme llorar.

Marta