sábado, 19 de febrero de 2011

Perdón por la nostalgia...

Perdón por la nostalgia, pero hay noches en las que uno necesita respirar. Y respirarte. Y volver a atrapar ese pensamiento que rondó por la cabeza hace tiempo, pero que se escapó en el último bostezo antes de que el cielo pariera este alba tan gris que parece que no se irá nunca. No puedo con el silencio de esta noche de invierno. Empleé todo el otoño en olvidarte sin darme cuenta de que aún no te había conocido, sin entender por qué demonios tenía la espina de tu vientre clavada tan dentro de mí; tanto, que a veces era yo el que sangraba por tus heridas. Todavía no sé cómo conseguí que los árboles ya no me dijeran tu nombre.
Aún trizan mis nervios el aclarado oscuro de tus ojos. Estás muy equivocada si piensas que he conseguido olvidarlos. Te amparas en la distancia que todavía nos une para creerte por encima de mí, para saber que las yemas de tus dedos acarician los hilos que mueven mi vida, y que cada vez acercan más el puñal al fondo de mi pecho; y hay noches en las que me despiertas, en medio de la bruma, y sonríes como si nada. Quizá para ti no signifique mucho la historia que hemos construido, pero yo sólo le veo un final posible, y no será bueno para ninguno de los dos.
¿Recuerdas cuando manchaba mis labios con la ceniza que llovía de tus dedos? Fue mi vida aquel cigarro que inhalaste hasta el último estertor. En ocasiones fui el humo que giraba en torno a ti, que enturbiaba tu figura, que golpeaba tus retinas en busca de una lágrima, por pequeña que fuera, que sirviera para enjugar los millones que yo he llorado. En otras ocasiones, en cambio, fui la brasa ardiente de mi ser, encendida con un simple roce de tus labios, con el empuje estéril de tu aliento contra mí. Siempre, sin excepción, fui los restos de mi vida empotrados sin piedad contra el verde cristal de un cenicero.
En las dos puntas del mismo camino, cada uno en su ciudad, soñamos con azoteas escondidas desde las que divisar las luces nocturnas del mundo. Imaginamos ese viento que sólo sopla para nosotros apagando las velas de una tarta que no nos íbamos a comer, rodeada por botellas de vino a medio terminar y dos copas manchadas por las huellas de tu carmín: rojo sangre en una de ellas, por tu forma de beber; sangre sola en la que era mía, por tu forma de besar. Porque eran tus besos abrazos con los que a veces me mordías. Aún existen canciones que no me dejan respirar porque vuelven hiel pura los restos de tu saliva que todavía quedan en mi boca, y que siempre son cuchillas de diamantes a la hora de tragar.
Perdón por la nostalgia, pero esta noche no consigo soportar tu ausencia. No hay consuelo posible que apague mi forma de llorar. No hay restos de ti en los sonidos de mi cama, ni pelos en mi almohada, ni tiras de piel sobre mi piel. Ya no está ahí tu silueta, recortada por la tenue luz de la luna, como coartada perfecta para un amanecer insomne viéndote respirar. Ya no está ahí tu cuerpo, apoyado junto al mío. Ya no está tu espalda en la punta de mis dedos.
En vez de eso, sólo me queda la fiebre. Y los papeles que nunca llegaste a escribir, y las historias que contaste pero yo no llegué a comprender. Porque no las conocía. Porque más allá del mundo de mi mente, tu realidad estaba fuera de mí, y este querer sin quererte, y que me quieras sin quererme, no es sino otra forma de vida. Distinta. Distante. Del todo irreal. Nunca estuve presente en tus fotografías. No era para mí esa sonrisa en blanco y negro que asomaba tibiamente detrás de tu flequillo. Ni esa mirada disparada de lado por encima de un hombro salado por el mar. No soy yo el dueño de tus palabras. Nunca encuentro mis letras en tus suspiros.
Aun así, te escribo, sabiendo que es un error. Que quizá después de estas líneas ya no me sueñes nunca más. O, lo que es peor, renuncies a volver por mis sueños. Por eso, antes que todo, déjame pedirte perdón por la nostalgia. Perdón por estas palabras que no he podido sujetar. Si te ayuda, sabes que yo te perdono, a pesar de esta ausencia que no me deja respirar…

1 comentario:

Naar dijo...

jo, qué triste. se le clava a uno esta historia bien dentro.
muy bien escrita como siempre. pero muy dura. se siente el vacío y el dolor...
un beso.