martes, 9 de junio de 2009

Vigilia (en parte, capítulo 6...)

Quizá en otro tiempo, en otra vida, lo nuestro tendría sentido. Quizá tu soledad y mi soledad no fueran sólo dos soledades que luchan por encontrarse, y fueran tejiendo algo más que esta red que nos atrapa, y que no nos deja respirar. Me caigo al abismo y te arrastro, y por más que intento soltarte siempre sigues mi estela. Noto tu mano alrededor de mi muñeca, tus uñas clavándose en mi piel, y yo sólo miro hacia delante, hacia el agujero que nos engulle, sin preocuparme de que vienes detrás de mí. No sé por qué sigues aquí. Dices que me quieres, pero yo no me lo creo, o no me lo quiero creer. Demasiado a menudo confundimos el amor con la compasión, la pasión con la piedad. Estás a mi lado porque me muero, o quizá a pesar de eso. No tengo fuerzas para discernir.
Ahora me levanto por las noches y me apoyo con las dos manos en el lavabo antes de abrir el grifo, para dejar que el agua fría resbale por mi espalda, y me dedico a verte dormir. Respiras en calma, con una paz que disimulas cuando el día nos descubre y nos obliga a soportar la tarea de soportarnos. Apenas te mueves en la cama, ni siquiera cuando juego a acariciarte la espalda por encima de la camiseta, o te soplo en la cara y tú arrugas la nariz y te das la vuelta. Me encantaría hacerte feliz, poder regalarte aunque fuera un segundo la vida que te mereces, pero yo no te elegí; fuiste tú la que decidiste amanecer a mi lado. La puerta sigue abierta, pero te resistes a abandonar. A veces lloro pensando lo que te espera.
Hace semanas que no duermo. Se acercan los últimos días, y no tengo fuerzas para cerrar los ojos y pensar en otra cosa. Mi cuerpo se consume, mi alma se evapora. Vivo anclado en un dolor de cabeza, un zumbido, que mancha toda mi realidad. Sólo dejo de oírlo cuando me acuesto a tu lado, y tú me acaricias el pelo y me susurras al oído un puñado de mentiras que se clavan bajo mi piel, y que sangran corazón adentro. Lo haces hasta que piensas que me he quedado dormido, y entonces descansas tú, en medio de mi lucidez, en medio de estas noches que me atormentan. Cuando el piso se queda a oscuras suelo ver en la ventana un ángel negro que me espera, paciente, y que descuenta las últimas horas. Una, tres, cien, mil… da igual, llevo muerto tanto tiempo que no sé si notaré la diferencia. Una y otra vez, una noche tras otra, el ángel silba muy bajito una canción que creía perdida en mi recuerdo, y no me deja dormir. Quiere que sea consciente de todo aquello que se me escapa, y me hace pagar con vigilia el dolor al que estoy a punto de condenarte.
Estas noches, abandonado al lento batir de las alas de esa figura oscura que domina mi mente, pienso en ti. Pienso en tu cara, en tus ojos, en tus manos. Pienso en tu cuerpo, pequeño, y en todo lo que me has dado. Recuerdo la noche en que nos conocimos, lo despacito que susurraste tu nombre, la primera vez que me dijiste te quiero. Me atormento con tu figura empapada de lluvia esperando en el umbral de la puerta a que yo saliera a buscarte. Me estremezco una y otra vez con ese abrazo húmedo, frío, con ese susurro en mi oído… “Vida mía”, dijiste, y te equivocabas por completo. Yo no soy tu vida, nunca lo he sido. He sido para ti una muerte lenta, agónica, externa, porque es mi corazón el que se ha ido apagando, el que pronto dejará de latir. No te he regalado nada, y lo he esperado todo a cambio. No he tenido el valor suficiente para pedirte perdón, y no lo tendré jamás, a pesar de que duermas, porque a veces siento que, en tus sueños, escuchas mis pensamientos.
Estas noches, tiemblo como un niño, muerto de miedo. Cuando estamos juntos escondo esa cobardía en una indiferencia que nunca te ha hecho desfallecer. Pensaba que si a mí me daba igual la muerte, a ti dejaría de importarte tarde o temprano, y acabarías por marcharte. Noto cómo te disgusta cuando dejo de lado todo el dolor y hablo del final del sufrimiento, de liberación, de alivio. Si supieras cuánto miedo tengo por marcharme de tu lado. Si supieras que, despierto, trato de evocar el calor de tu abrazo, el roce de tus dedos, el sabor de tus besos. Si supieras las ganas que tengo de quedarme quizá decidirías marcharte junto a mí. Y eso no lo puedo permitir.
Se esfuma la noche. Toca arrojar al fuego de la mañana la careta de la verdad y esconderme en el valor que aparento por el día, cuando estoy a tu lado. Toca volver a pensar en la muerte como el final de todo, como el principio de tu vida. Toca buscar de nuevo tu debilidad, meter el dedo en la llaga. Cuando amanezca despertarás con una sonrisa, y yo volveré a despreciar tus primeras caricias, ésas que siguen ardiendo dentro de mí incluso horas después, y a elegir las malas palabras para reprender tus buenos augurios. Tengo que convertirme en algo que con el tiempo detestarás.

Pero, antes, cerraré los ojos bien fuerte, me olvidaré del ángel negro y volveré a decir en voz alta que te quiero. “Te quiero”. Más que a nada en mi vida, más que a nada en mi mundo, más que a la piel que me soporta. En la ventana, una figura oscura esboza una sonrisa dantesca y descuenta una hora más en su pensamiento. Queda una noche menos.

4 comentarios:

indo dijo...

guau. q fuerte el amor cuando es tan grande que mentirías así de dolorosamente por el bien de la otra persona.
a veces me pregunto porqué siempre queremos decidir lo que es mejor para los demás. yo hace tiempo que hago lo que creo que es ueno y punto. que luego los demás elijan su parte.
pero aquí, tan cerca del abismo y el tío resistiendose a sus sentimientos tan fuertemente para que ella sufra menos... o sé, me sobrecoge.
dolorosa historia de amor y de dolor esta...
bueno tú sigue escribiendo.
un besazo.

Anónimo dijo...

¿Le quiere porque se va a morir o a pesar de que se va a morir? Me encanta la diferencia. Y que sólo él dude de la respuesta. Porque nosotras, aquí, sabemos por qué le sigue a todas partes, con su muerte a cuestas.
Un beso, I.

gloria dijo...

Una noche menos... Qué dolor, Ingnacio, y qué belleza por todas partes. Pero ¿sabes? creo que ella de verdad escucha sus pensamientos mientras duerme, creo que ella, pese al esfuerzo de él, jamás se marchará, no se va a rendir, sabe que él tiene tanto miedo como ella, pese a que duerma. A veces puede confundirse el amor con la compasión... pero esta confusión se vislumbra muy pronto, la compasión no soporta lluvias torrenciales al umbral de una casa, el amor sí; la compasión no te pone una sonrisa cuando deseas llorar con toda el alma, eso lo hace el amor. Él lo sabe, pero no quiere creerlo, y es normal, cómo va a querer cuando sabe que marchará pronto y que sólo está haciendo daño, cómo vivir la poca agonía que le queda sintiéndose culpable. El insomnio es su único amparo.
Qué dolor, Ignacio, y qué belleza por todas partes. Si esto fuera una historia cualquiera él no se torturaría sufriendo por ella, la dejaría o disfrutaría lo que tiene, pero no es una historia cualquiera porque su protagonista siente cada paso de la muerte, siente cada minuto que se aleja, no quiere querer y no puede dejar de hacerlo, y lo que más me asusta es comprenderlos a ambos tan bien... pero eso, más que mío, es mérito tuyo (seguro que si ahora me acerco al labavo podré ver con nitidez cómo él intenta aliviar su insomnio con agua fría).

Y toda esta parrafada, Ignacio, para intentar explicarte toda la admiración que tus palabras me despiertan.

Gracias por continuar...

Un abrazo enorme.

dudo dijo...

una vez me dijeron algo que he puesto en boca de un personaje mío:
lo peor que te puede decir la persona a la que amas es "me haces daño". Esas tres palabras son tres hachazos en la frente...
venga, va, sigue, sigue más...
(oye, qué gusto venir por aquí y encontrar tantas amistades comunes... jeejeje...)