Ni siquiera recuerdo cuándo la conocí, cómo nos conocimos. Seguramente fue una noche en la que yo bebía y ella bailaba. O en la que ella reía con sus amigas, y yo bebía. Siempre a unos metros de distancia pero con ese algo rozándome los nervios, diciéndome que ella estaba allí. Encontrándola después de cada trago sin saber siquiera que la buscaba. Los dos solos en medio del ruido de aquel bar lleno de gente en el que yo pedía una canción tras otra, y ella las bailaba con la inocencia fingida de una niña que ya es mujer, con esa sonrisa que disparaba cada vez que la miraba. Un trago, una canción, otra sonrisa. Otro trago, otra sonrisa, otra canción mal disparada. ‘Bailas muy bien’, le dije; me contestó ‘eso es mentira’, y después de darse una vuelta y ocultarme unos instantes tras su pelo, me abrió las puertas de esta noche con una llave de cinco palabras, ‘me encanta que me mientas’. Tuvo suerte, mentir se me da bien. Y ahora estoy sentado en el suelo, junto a la cama, viéndola dormir boca abajo, desnuda, después de hablarle durante horas sin haberle dicho una sola verdad a pesar de haber llenado el silencio que dejó la música con palabras.
Todavía
es de noche, quise decirle, cuando abrió los ojos con el pelo cayéndole sobre
la cara. Me miró un instante y los volvió a cerrar, con media sonrisa
asomándose a los labios. Se removió y me incorporé un poco para ver el
contraste de su piel morena en medio de aquel mar de tela blanca. Para buscar
esa cuenca de sudor en la parte baja de su espalda, allí donde se concentraban
las gotas que bajaban lentamente acariciándole la columna. El pelo empapado de
su nuca. La exploraba de nuevo para comprobar que ya me la sabía de memoria
cuando abrió un ojo y me miró de lado, dejándose acariciar. Con la yema de mis
dedos empecé a dibujarle letras en la espalda. Primero, las de su nombre,
subrayando con lentitud cada una de sus vocales. Respondió con un ligero
movimiento a la única verdad que le había dicho en todo el día. Todavía boca
abajo ladeó un poco la cabeza, la mirada abierta ya de par en par. Y así, entre
las sábanas revueltas, me clavó sus pupilas y sonrió por un costado, estirando
su mano para tocar la mía mientras saboreaba todavía su sudor en la punta de la
lengua. Con sus dedos entre mis dedos, con su sabor en la punta de la boca,
borré mentalmente las letras de su nombre y empecé a dibujar otras bien
distintas. Ocho imposibles de pronunciar. ‘Te quiero’. Cuando acabé, después de
dejarse hacer, se tumbó de lado y volvió a ser la misma niña que ya es mujer.
Sonrió de nuevo.
‘Me encanta que me mientas’.
1 comentario:
me puedes mentir a mçi también siempre que quieras, si son mentiras tan bonitas como esta.
cada día lo haces mejor :)
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