viernes, 22 de mayo de 2009

Amanecer (y por ello, capítulo 4)

Lo siguiente fueron los besos a quemarropa, las caricias atropelladas, tus dedos en mi espalda. Lo siguiente fue condenarnos a un futuro que no tenía futuro, a un pasado sin recuerdos. Encadenarme a ti como a la vida, una vida que no me pertenecía, que sin saberlo se me escapaba. Todavía recuerdo que tu pelo olía como el amanecer, y que tus manos revoloteaban por mi espalda. Fundidos en aquel abrazo, la ciudad se paró por completo, y todo sucedió para nosotros, por nosotros. Quizá para desgracia nuestra. Encontré tu mirada y no me atreví a hablar, tú tampoco encontraste las palabras. Lo único que nos unía en ese momento era una lágrima que resbalaba por tu mejilla, muy despacio, y que murió suspendida en mis labios. Fue la primera vez que probé tu sabor salado. Necesitaba algo de ti, aunque sólo fuera tu llanto.
Hicimos el camino a casa envueltos en un turbio amanecer que no quiso molestarnos. Caminábamos en silencio, empapándonos de la mañana que caía sobre Madrid y que castigaba a sus prisioneros con otro día de sinsabores, quizá de alegrías efímeras, en cualquier caso de sufrimientos. Tú con mi chaqueta sobre los hombros, con los zapatos en la mano, y yo junto a ti, mirándote de vez en vez para asegurarme de que existías. Muchas veces me he preguntado qué te llevó hasta mí, por qué llorabas aquella noche y por qué elegiste mi taxi para perderte por la ciudad, para partir en dos una vida que te acababa de castigar y empezar otra que te dolería más adelante. Porque te va a doler. Ninguno de los dos lo sabíamos en ese momento pero alguien nos había impuesto por castigo un nuevo puño de hierro que golpeará tarde o temprano, y hará temblar los cimientos de eso que estábamos a punto de construir, de lo único ya que nos pertenece. A mí me llevará la noche, para ti quedará todo el dolor posible, el tuyo y el mío; llorarás tú todas nuestras lágrimas. Camino a casa, cogidos de la mano, decidí que nunca escarbaría en tu pasado. No quería saber los motivos que te habían llevado hasta mí. Me bastaba con saber que estabas.
Llegamos al portal y saqué la llave de mi bolsillo. La iba a meter en la cerradura cuando tu mano detuvo la mía, y volví mi cabeza para verte. “Me llamo Laura”, dijiste, y tu aliento recorrió toda mi piel, y tu voz se clavó en mi alma, que desde entonces habla como tú, respira como tú, late como tú. Entramos en el portal y nos abrazamos en silencio. Me miraste, te miré, y me convertiste en tu esclavo. Recuerdo el roce de tus labios, ásperos como la noche, aún salados por el llanto. Recuerdo tu respiración entrecortada, tu pecho palpitando, arriba y abajo, a una velocidad desmesurada. Tus manos en mi cara. Tu cuerpo tirando de mí mientras subíamos las escaleras.
Entramos en mi casa, desconocida para mí, porque nunca había albergado tanta luz. Caímos en la cama, entrelazados, sedientos, ardiendo de deseo. Te desnudé despacito mientras que tú, con los ojos cerrados, te dejabas hacer. Una caricia aquí, un beso por allá. Tu sonrisa. Tu aliento. Tu cuerpo desnudo ante mí. Mi condena.
Lo siguiente fue tu sudor en mi piel, tus labios en mi cuerpo, mis manos y las tuyas descubriendo un nuevo día. No existía la ciudad, ni los coches, ni los pájaros, ni las sombras. Tampoco había rastro de la angustia que me consumía, habían desaparecido tus lágrimas. Sólo existía tu cuerpo, y el mío, luchando por ser uno solo. Sólo existía tu aliento, y el mío, llenando de calor la habitación. Sólo existía tu pelo, y el mío, que caía por mi cara y lo llenaba todo de ti. Sólo existía tu sabor, y no el mío, salado y luminoso como un amanecer en una cala. Y tus manos. Y tus dedos. Y tus uñas. Y tus labios. Y tus dientes. Tu piel, suave como la bruma, letal como el veneno. Sólo existían tus jadeos, y los míos, en una mañana extraña en la que conocimos por fin que la vida que perseguimos podía llegar a existir, justo en el mismo momento en que se nos empezaba a escurrir de las manos.
Lo siguiente fue escupirnos mutuamente un amor a bocajarro. Dejar salir los posos que había dejado en nosotros la desesperación y batirnos juntos, sobre la cama, contra todo lo que podíamos revelarnos. Lo siguiente fue detener el tiempo, suspendido encima de ti, y probar todo aquello que siempre se me había negado. Lo siguiente fue devorarte, recorrer palmo a palmo tu piel y memorizar cada rincón, a sabiendas quizá de que aquello no duraría para siempre. Mirarnos el uno al otro y sabernos desdichados, y apretarnos para derrotar a un futuro que no nos soportaba. Lo siguiente fue formar parte de ti, sentirte dentro de mí, dejar que me enamoraras.

Lo siguiente fue verte de espaldas, desnuda, sobre mi vida, con los rayos del sol que se filtraban por la persiana reflejando sobre tu piel. Y saber que, desde ese momento, viviría en ti, y tú en mí, y que estábamos perdidos.

4 comentarios:

gloria dijo...

No tienes la menor idea de lo que tienes entre las manos... creo que no eres consciente, Ignacio, te lo digo de verdad. Esta historia es... no puedo ni explicártelo porque además es que estoy tan dentro de ella, sin tú saberlo, que lo único que puedo hacer es seguir leyendo, suspirar y confiar en que no dejes de escribir nunca.

Por favor, sigue...

(no había leído tanta pasión y tanto dolor mezclados nunca, lo he sentido pero jamás lo había leído justo como se siente)

Josu dijo...

Nacho, gracias por tus gratuitos halagos. Siempre fuiste un cumplido. Aunque he de decirte que tu mierda no es tampoco nada mala, en absoluto. Buena, muy buena me atrevería a decir. Me alegro que me hayas incluído en tus archivos, tu ya también formas parte de ese elenco, denominémosle, privilegiado. Cuídate mucho. ¡Un fuerte abrazo!

Patricia Vera dijo...

Prometí no comentar, ¡pero es que me lo pones muy difícil! Ahora sí que me has enganchado así que... ¿cuánto ron te llevo para que escribas el capítulo 5?

dudo dijo...

Lo siguiente es la certeza de lo que no debió haber ocurrido jamás...
Tengo que leerte varias veces para conseguir que empiece a salirme lo que te quiero decir: porque lo de que me gusta ya lo sabes.
Así que te digo otras cosas: que creo que lloraban, besándose, amándose. Lloraban, ¿verdad?
Me huele a saliva semen lágrimas.
Y me estremece, otra vez.